Autor: José A Orlando L.
El Concilio Vaticano II fue un
concilio ecuménico de la iglesia, fue convocado por el Papa Juan XXIII en enero
del 1959, y clausurado por el Papa Pablo VI en diciembre de 1965. Es
considerado uno de los cinco más importantes en la historia de la Iglesia
Católica, junto con los concilios de Niceno I (325), Calcedonense (451),
Lateranense IV (1215) y Tridentino (1545-1563)
"Este Concilio fue para la Iglesia el comienzo de una nueva renovación de su vida y de su misión; de una nueva autocomprensión de sí misma, como servidora del mundo e instrumento claro y manifiesto del amor de Dios cuyo Reino quiere ser realidad presente, fuerza activa y transformadora de la historia." (Fr. Luis Alberto Nahuelanca M, OFM. Secretario Nacional Pontificia Unión Misional OMP Chile)
El Concilio fue muy fructífero en cuanto a documentos y decretos emitidos. Me quiero referir a una parte de uno de esos documentos, el Decreto AD GENTES, sobre la Actividad Misionera de la Iglesia, específicamente al Capítulo II, La Obra Misionera, Artículo 3, Formación de la Comunidad Cristiana.
El decreto AD GENTES afirma que
la Iglesia entera es misionera por su propia naturaleza. Con esta rotunda
afirmación queda claro que la misión no es un asunto sólo de ciertas
congregaciones religiosas e institutos misioneros, de los “misioneros
profesionales”, sino de todos los bautizados, como un elemento esencial de su
identidad cristiana. Precisamente esta idea de que toda la Iglesia es misionera por naturaleza y que, por
consiguiente, toda la actividad
misionera de la Iglesia es central en ella, es la afirmación básica del
decreto “Ad gentes”.
Este decreto AD GENTES inicia
textualmente con este enunciado “La
Iglesia, enviada por Dios a las gentes
para ser "el sacramento universal de la salvación", obedeciendo el
mandato de su Fundador (Mc, 16,15 “Y
les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la
creación”), por exigencias íntimas de su misma catolicidad, se esfuerza
en anunciar el Evangelio a todos los hombres.”
El llamado de este decreto es muy
puntual y actual, han pasado 55 años desde su promulgación y sigue tan vigente
como en sus inicios. Es el llamado a todos nosotros, que nos consideramos
“católicos practicantes”, a llevar el evangelio a aquellos que no han
escuchado de Dios aún. Y para esto el documento se abre al llamado a la
formación de comunidades de fieles, para que sean testimonio de Dios en el
mundo. Este llamado fue fructíferamente acogido en esos años, y una de esos movimientos
que surgieron en esa época fue la Renovación Carismática (1967, reconocida por la Iglesia en 1973), definida como
una corriente de gracia en la Iglesia, de sus miembros posteriormente surgen muchas comunidades de alianza alrededor del mundo, una de ellas es la Comunidad Internacional de comunidades “La Espada del Espíritu (EDE)”, de la
cual la Comunidad “Tierra Santa” de Guayaquil es miembro.
Textualmente el decreto dice:
“Los misioneros, por consiguiente, cooperadores de
Dios, susciten tales comunidades de
fieles que, viviendo conforme a la vocación a la que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha
confiado, sacerdotal, profética y real. De esta forma, la comunidad
cristiana se hace signo de la presencia de Dios en el mundo; porque ella, por
el sacrificio eucarístico, incesantemente pasa con Cristo al Padre, nutrida
cuidadosamente con la palabra de Dios da testimonio de Cristo y, por fin, anda
en la caridad y se inflama de espíritu apostólico”.
También
el decreto hizo un llamado importante al ecumenismo, dejando claro conceptos de
como colaborar entre miembros de diferentes congregaciones cristianas.
Para
esto textualmente el decreto dice:
“En cuanto lo permitan las condiciones religiosas, promuévase la
acción ecuménica de forma que, excluido todo indiferentismo y confusionismo
como emulación insensata, los católicos colaboren fraternalmente con los
hermanos separados, según las normas del Decreto sobre el Ecumenismo, en la
común profesión de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones.”
El decreto hizo un llamado
explícito a los laicos, es decir a ti que estas leyendo esto, a mí y a todos
los bautizados a que seamos instrumentos de evangelización en la Iglesia, ahí
donde vivimos, donde trabajamos, en la parroquia que participamos.
Para esto textualmente el
decreto dice:
“Para conseguir todo esto son de grandísimo valor y
dignos de especial atención los laicos, es decir, los fieles cristianos que,
incorporados a Cristo por el bautismo, viven en medio del mundo. Es muy propio
de ellos, imbuidos del Espíritu Santo, el convertirse en constante fermento
para animar y ordenar los asuntos temporales según el Evangelio de Cristo.”
No es por pura coincidencia que Dios te trajo hasta aquí para leer este documento, Dios siempre tiene un propósito. Te animo a hacer vida este llamado de la Iglesia a llevar el evangelio a “las gentes”, al que no ha escuchado o ha escuchado poco de Dios.
¿Se puede hacer solo? Es difícil, no existen los "rambos" cristianos. Busca en tu parroquia, busca un grupo católico afín a tu edad o estado civil, busca una comunidad de alianza. Siempre hay otras personas que están buscando lo mismo que tú. Hay mucho por hacer.
Ánimo.
Bibliografía
https://web.archive.org/web/20160304133849/http://www.omp.cl/pdf/PUM_Ad_Gentes.pdf
https://es.wikipedia.org/wiki/Concilio_Vaticano_II
https://es.wikipedia.org/wiki/Ad_Gentes