Autora: Magdalena Aray
Desde muy
pequeña asistí a la Misa dominical en familia, pero lo hacía como un deber más
como católica, diría yo tal vez que se había hecho costumbre. Pero como nuestro
Señor es misericordioso y quiere que maduremos en nuestra fe, me permitió
cambiar eso, al escuchar a un Sacerdote en su homilía, que no hay que solo asistir a la Santa Misa, sino participar en ella,
llegando temprano, poniendo atención a cada gesto y palabra de la celebración,
pasar a leer las lecturas si te lo piden, es decir participar de manera activa,
y comencé a hacerlo, perteneciendo a un grupo juvenil parroquial y luego en un
grupo de solteros católicos.
Por lo general
tenemos a Sacerdotes que los preferimos por su carisma o por las enseñanzas en
sus homilías, a ellos los seguimos siempre y asistimos a las iglesias
(parroquias) donde ellos celebran las misas, sin embargo, durante la pandemia
Jesús me dio una gran lección.
Debido al
confinamiento durante los meses de marzo a julio del 2020, solo teníamos la
Santa Misa virtual. Las situaciones tan difíciles que vivimos en ese año, nos
hicieron acercar más a Dios, es así que participaba de la Santa Misa y Adoración
Eucarística todos los días de manera online. Un domingo, mi Mamá me dijo que
quería escuchar la Misa de otra parroquia, y coincidía la hora en que nos
conectábamos a la Eucaristía, esto me molestó porque ya no podía escuchar la
Misa que quería, sin embargo no se lo comenté a ella, no prestaba atención a la
celebración y dentro de mí protestaba. Durante la consagración Jesús me dijo: “No es
el Sacerdote, soy yo”, estas palabras resonaron fuerte en mi interior y
caí de rodillas, comencé a llorar, reconocí mi falta y le pedí perdón a Jesús.
Desde ese día
comprendí que a quien debemos seguir es
a Jesús, que se hace presente en la Santa Eucaristía, durante la
consagración y comencé a Vivir la Santa
Misa, a prepararme minutos antes,
pidiendo la acción del Espíritu Santo para que me dé la gracia de reconocer la
presencia real de nuestro Señor en la hostia consagrada, además, que me ayude a
no distraerme y vivir la Santa Misa con el espíritu y fervor de todos los
Santos, conocedora de mis debilidades y fallas.
El Catecismo de
la Iglesia Católica nos enseña:
1374: En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y
substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la
divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo
entero" (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se
denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias
no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial,
y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).
1386: Ante la grandeza de este sacramento, el fiel
sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión
(cf Mt 8,8): "Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para
sanarme".
Si pedimos a
nuestro Señor que cada día nos ayude a sentir la necesidad de alimentarnos de
Él para continuar en este camino hacia el cielo, nos lo concederá, porque Jesús
mismo lo dijo: "En verdad, os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" Juán 6:53
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