Autores: Luigina de Cañarte y Simón Cañarte
Al celebrar
nuestro aniversario de matrimonio, recordábamos lo jóvenes que éramos cuando
tomamos la decisión de unir nuestras vidas. Ella 18 y yo 19 años. Fue una
locura de dos jóvenes enamorados que no sabían la magnitud del paso que estaban
dando. Sin embargo, nos casamos solo por lo civil, y dijimos que después nos
casaríamos por la Iglesia; pero pasaban los años y los nacimientos de nuestras
hijas y otras circunstancias aplazaban este paso que habíamos dejado de lado.
Cuando
participamos de un Retiro de Matrimonios, organizado por el grupo de parejas “Unidos
en Cristo”, nos dimos cuenta de que no podíamos seguir esperando y que
necesitábamos incorporar a Jesús a
nuestro matrimonio, nos teníamos que
casar por la Iglesia.
En unas pocas
semanas y con mucha alegría celebrábamos nuestro matrimonio eclesiástico junto
a nuestra familia, amigos y hermanos en Cristo; pero el momento más emotivo fue
el volver a participar de la Eucaristía.
Nuestros ojos se llenaron de lágrimas y sentimos en ese momento un gozo y una
alegría inmensa. Fueron 8 años que perdimos
estar en gracia con Dios, observando a los demás comulgar y no poder
participar del gran banquete.
Desde ese
momento hemos visto y hemos sentido la
presencia de Dios en nuestras vidas, en nuestro hogar y en nuestra familia.
Nuestra alegría fue y sigue siendo inmensa al saber que Cristo vive en nuestros
corazones y nos forma día a día, no solo a nosotros como pareja, sino también a
nuestros hijos y así nos da la oportunidad de ser luz para los demás.
Hoy en día es
muy común que las parejas tomen la decisión de vivir juntos sin casarse, ni
siquiera por lo civil. Se ha perdido el deseo de incorporar a Cristo en el
matrimonio, con el pretexto de que si no funciona una separación sería menos
complicada.
Por experiencia propia
les decimos, que si no incorporamos a Dios en nuestra familia, estamos perdiendo su Gracia, y lo estamos
dejando fuera de nuestro hogar, en la puerta llamando, esperando que la
abramos.
“Por eso
dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se
harán una sola carne, de manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues
bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre”.
Mateo. 19, 5-6
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