sábado, 26 de noviembre de 2022

Porqué nos casamos por la Iglesia…

Autores: Luigina de Cañarte y Simón Cañarte

Al celebrar nuestro aniversario de matrimonio, recordábamos lo jóvenes que éramos cuando tomamos la decisión de unir nuestras vidas. Ella 18 y yo 19 años. Fue una locura de dos jóvenes enamorados que no sabían la magnitud del paso que estaban dando. Sin embargo, nos casamos solo por lo civil, y dijimos que después nos casaríamos por la Iglesia; pero pasaban los años y los nacimientos de nuestras hijas y otras circunstancias aplazaban este paso que habíamos dejado de lado.

Cuando participamos de un Retiro de Matrimonios, organizado por el grupo de parejas “Unidos en Cristo”, nos dimos cuenta de que no podíamos seguir esperando y que necesitábamos incorporar a Jesús a nuestro matrimonio, nos teníamos que casar por la Iglesia.

En unas pocas semanas y con mucha alegría celebrábamos nuestro matrimonio eclesiástico junto a nuestra familia, amigos y hermanos en Cristo; pero el momento más emotivo fue el volver a participar de la Eucaristía. Nuestros ojos se llenaron de lágrimas y sentimos en ese momento un gozo y una alegría inmensa. Fueron 8 años que perdimos estar en gracia con Dios, observando a los demás comulgar y no poder participar del gran banquete.

Desde ese momento hemos visto y hemos sentido la presencia de Dios en nuestras vidas, en nuestro hogar y en nuestra familia. Nuestra alegría fue y sigue siendo inmensa al saber que Cristo vive en nuestros corazones y nos forma día a día, no solo a nosotros como pareja, sino también a nuestros hijos y así nos da la oportunidad de ser luz para los demás.

Hoy en día es muy común que las parejas tomen la decisión de vivir juntos sin casarse, ni siquiera por lo civil. Se ha perdido el deseo de incorporar a Cristo en el matrimonio, con el pretexto de que si no funciona una separación sería menos complicada.

Por experiencia propia les decimos, que si no incorporamos a Dios en nuestra familia, estamos perdiendo su Gracia, y lo estamos dejando fuera de nuestro hogar, en la puerta llamando, esperando que la abramos.

“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne, de manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre”.

Mateo. 19, 5-6

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