jueves, 3 de noviembre de 2022

¿Le estás dando las sobras a Dios?

Autora: Diana Ortega

Hace unos años asistí a un retiro que cambió el rumbo de mi vida. En aquel momento no lo vi de esa manera; pero ahora, recordando todo lo que ha pasado desde entonces, me doy cuenta de que definitivamente fue un evento determinante de mi historia de vida. Dentro de aquel retiro hubo varias situaciones que me impactaron, pero la que más se grabó dentro de mí fue la frase de uno de los charlistas: “Dios no merece tus sobras”.

Esta sencilla frase de 5 palabras hizo que cuestionara cómo había estado viviendo hasta ese momento. Empecé por preguntarme ¿sobras de qué le estoy dando a Dios? Y en respuesta podría decir: de tiempo, recursos, dones, atención, etc. Sin embargo, si tuviera que resumirlo diría, sobras de amor.

Había pasado mucho tiempo buscando mi propósito, y estaba totalmente convencida que lo encontraría cumpliendo con los parámetros de éxito que impone el mundo: un buen trabajo, una gran casa, un carro de lujo, una relación idílica, reconocimiento, etc.

Por supuesto que no hay nada malo en los bienes que se pueden llegar a tener, ni que el esfuerzo puesto en el trabajo honrado sea reconocido. Y ciertamente Dios bendice la unión del hombre y la mujer, por eso instauró el sacramento del matrimonio, no obstante, cuando ponemos alguna de aquellas cosas o a las personas como el centro de nuestra vida, estamos perdidos.

Una cita bíblica dice: “Nadie puede servir a dos patrones: necesariamente odiará a uno y amará al otro, o bien cuidará al primero y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero.” Mateo 6:24. No hay nada peor que desviar la vista de Dios, y sin embargo, resulta tan fácil. De pronto porque a veces cuesta pensar en Él como una persona real, a quien podemos ver, escuchar, abrazar o porque vemos el amor de Dios desde una perspectiva muy limitada, proyectando en Él nuestras emociones y sentimientos humanos, otra opción es porque simplemente no queremos amarlo.

Amar verdaderamente a Dios lleva a la persona a cuestionarse, enfrentar errores, asumir responsabilidades, dejar de justificarse, entregarse, etc. y hacer todo ello, no es sencillo, en una vida que no se interponga a nuestro deseo al tener, al poder y al placer. Y como resultado se termina dando sobras a Dios, y ni siquiera podría decir que sobras de amor, porque no existe amor por Dios en el corazón que está embelesado por el mundo.

En una mezcla entre obligación y la errónea idea de que se le está haciendo un favor a Dios; se termina dedicando sobras de tiempo. Reflejados en escasos minutos de oración, asistiendo a la misa dominical por compromiso, tratando de ser una buena persona que no le hace mal a nadie. Pero, en cuyas acciones no hará participe a Dios porque “es libre de hacer con su vida lo que desee”. Además, no buscará mejorar, ya que nadie es perfecto y simplemente esa es su forma de ser.

No recuerdo cuantas veces me justifiqué con aquellos argumentos tan pobres, pensando que hacía mucho al dar a Dios aquellas miserias. Es como si no pudiera entender que todo lo que tengo, incluida la vida, nada me pertenece. Todo lo bueno y maravilloso viene de Dios, lo único mío es el pecado.

Y así me mantuve por tanto tiempo, diciendo palabras vacías como “Jesús, te amo”, cosas que había escuchado a otras personas decir durante la celebración de la misa, pero que no sentía porque para mí seguía siendo ese Dios lejano al que tenía que rezar por cumplimiento y a quien solo recurría en los momentos de angustia y luego ignoraba. No entendía que, no se puede amar a quien no se conoce, mucho menos entablar una relación y entregar sin miedo el corazón.

Estaba muy cómoda con la monótona repetición de palabras que me hacían sentir que desempeñaba mi deber como católica. Vivía convencida de mi falta de tiempo, lo cual era una gran mentira, pues cuando hay un lugar donde se quiere ir o una persona a la que se quiere ver, siempre se encuentra la forma. Decir que no tengo tiempo, era la excusa perfecta para cubrir mi desorganización, y principalmente, mi falta de interés.

Si eso puede aplicarse a las relaciones humanas, también se aplica a un Dios que es cercano a nosotros, vivo y tangible como las personas que forman parte de nuestra vida. Un Dios a quien despreciamos porque simplemente no nos damos la oportunidad de conocer y amar.

La siguiente pregunta que vino a mi mente fue ¿Qué puedo hacer para remediarlo? La respuesta era más compleja que la anterior porque representaba entrega, compromiso, cambio, constancia y por supuesto y ante todo, AMOR.

De la misma forma que lo hacemos y mostramos interés por una persona antes de iniciar una relación, pensé, debo darme tiempo con Dios. Para conocerlo, para entenderlo, para escucharlo. Si llego a amarle tan solo una ínfima parte de lo que Él me ama, voy a querer estar siempre con Él, y confiada podré entregarle la totalidad de mi corazón.

Y desde ese momento he buscado amarle y encontrarle en la oración, en su palabra, en el servicio. Aunque muchas veces sigo siendo la persona inconstante que se olvida de Él, y que ahora en cambio se afana como Marta en las actividades que debe hacer. En ocasiones me parece escuchar su voz diciéndome: “… Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y, sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria…”

Sin embargo, Dios que no se deja ganar en amor y en gracia me recuerda siempre, que a pesar de mi pequeñez, Él me ama y siempre me espera. Y que, aunque tenga un largo camino que recorrer, Él va conmigo. Al menos ahora, aunque a veces no pueda darle todas las primicias, soy consciente de las sobras de amor que le estaba dando y puedo hacer algo para cambiarlo.

Aunque no lo merezco, aunque falle, Dios siempre está allí para renovar mi esperanza. Que no importa lo que pase y que constantemente caiga y me levante. Si sigo de su mano voy a poder pasar la eternidad con Él.

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