Autora: Monse B. de Arellano
En este
tiempo previo a la Navidad, pero ya lleno de planes de reuniones, fiestas,
compras cuando se puede, luces y demás, de las cuales soy parte también. Quería
un momento de silencio que no sabía cómo podía ser. Un retiro, un monasterio
sonaba lejano; y como el Señor Jesús no
se deja ganar en generosidad y escucha
cada pedido y deseo nuestro, por muy
recóndito que sea, me concedió un tiempo corto, 4 horas bien puestas, con
silencio y mejor que lo planeado, cuidó
cada detalle hasta lo innecesario.
Entonces me
encuentro no con el Aviento sino con Mi
Adviento, y veo de manera particular cuán
necesitada estaba de prepararme para recibir al Señor, hacer silencio y
escuchar lo que me dice, pide y debo entregar, lo que debo purificar para estar
más cerca de Él, ser más de Él y pueda morar en mí.
¿Es fácil?, no. Lo intentaré, sólo con su gracia y a sus pies apartando mi tiempo para estar con el Amado, quien da plenitud a mi vida, quien ilumina mi obscuridad más que todas las guirnaldas y luces de este tiempo, porque“tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo” como dice el Salmo 4:7, y así lo he comprobado.
Confío que
este tiempo de Adviento viva Mi Adviento, con
la música suave de Su Palabra, con la certeza de Sus promesas y bendiciones que
diariamente me da, con la luz que su presencia irradia, de otra forma no
será posible.
“Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre”
Lucas 21: 34 al 36
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