Autora: Diana Ortega
Sin embargo, me
encuentro aquí únicamente sostenida por su Gracia, pues a pesar de todo, puedo darme
cuenta de que Él ha marcado en mi vida, un antes, un durante y un después. Hace 6 años, me encontraba con muchas heridas,
problemas de autoestima, una depresión disimulada, y sin saber cuál era el
propósito de mi existencia. Y soy consciente que, a pesar de haber nacido en un
hogar católico y con padres que me inculcaron siempre la Fe, yo asistía a misa
los domingos porque no quería ser castigada por Dios.
Mi plan era ir
una vez y luego poner alguna excusa para no volver. Con sinceridad debo decir
que más de lo que mencionaron en las charlas, lo que realmente me impactó
fueron los jóvenes que estaban organizando toda la actividad. Tenían “algo”
diferente que no podía identificar bien, pero recuerdo haber pensado que yo
también quería tenerlo. En una de las charlas hubo una frase que uno de ellos
dijo, que realmente me movió y se quedó grabada en mi mente: “Dios no
merece tus sobras” y en este momento me pregunté, ¿Acaso durante mi
vida le he estado dando sobras a Dios? ¿Sobras del tiempo, los dones y recursos
que ni siquiera me pertenecen, sino que me fueron dados por Él? ¿Qué he hecho
hasta ahora con la vida que me fue dada?
A partir de ese momento algo curioso pasó. Cada sábado empezaba a buscar un pretexto para no ir al grupo, pero nunca parecía encontrar algo justificable, así que un tanto incómoda me preparaba para ir. Cuando llegaba lo pasaba realmente bien, pero al siguiente sábado volvía a repetirse lo mismo. Hasta que en un momento que no puedo definir con exactitud algo en mí cambió, y comencé a sentirme muy feliz y deseosa de que llegara el sábado.
La etapa del durante en mi vida inició cuando empecé a servir en el grupo. Poco a poco mis dudas se iban despejando, aquellas ideas distorsionadas de Dios se iban esclareciendo, permitiéndome encontrar mi propósito de vida, ese que tanto había estado buscando y que ahora parecía estar claro.
Son tiempos que
recuerdo con cariño porque encontré tanta alegría en el servicio. Pude conocer
personas maravillosas con quienes compartir ese cambio que estaba
experimentando y ellos me entendían porque estaban viviendo lo mismo que yo. Fue
justamente en este punto de mi vida que toda aquella depresión de varios años estalló
y la situación en que me encontraba se tornó muy difícil.
Si tuviera que mencionar un evento de mi vida que me haya dado la certeza que Dios ha velado siempre por mí, sería precisamente este porque de haberse dado aquella etapa difícil en otro tiempo, no sé qué habría sido de mí. Aunque fueron meses muy complejos en los cuáles no encontraba la forma de explicar lo que estaba sintiendo, pues para mí la ansiedad y ataques de pánico eran algo desconocido. Pero, fueron los que me permitieron cambiar mi visión y pude palpar que Dios me sostuvo en todo momento.
En el después de mi vida, y luego de todo lo que he experimentado aún no soy la sierva de Dios que debería ser. Caminar hacia Él no impide que haya dificultades en la vida, los momentos difíciles, mis defectos y luchas están allí. Seguir a Cristo y buscar servirle con mi vida no ha sido una alegría perpetua, sin dolores ni cansancio porque mi debilidad humana sigue presente. Sin embargo, ahora tengo la certeza de su amor incondicional por mí, de su gran misericordia, de su bondad infinita, de la esperanza que Dios proveerá siempre de todo, aunque yo no lo merezca.
Sigo aprendiendo, me sigo equivocando, sigo luchando; aún me falta un largo camino por recorrer. Lo transitado hasta ahora me ha permitido encontrar el propósito principal de mi existencia: “Amar a Dios y dejarme amar por Él”.