lunes, 28 de noviembre de 2022

No es suficiente participar en la Santa Misa, hay que vivirla

Autora: Magdalena Aray

Desde muy pequeña asistí a la Misa dominical en familia, pero lo hacía como un deber más como católica, diría yo tal vez que se había hecho costumbre. Pero como nuestro Señor es misericordioso y quiere que maduremos en nuestra fe, me permitió cambiar eso, al escuchar a un Sacerdote en su homilía, que no hay que solo asistir a la Santa Misa, sino participar en ella, llegando temprano, poniendo atención a cada gesto y palabra de la celebración, pasar a leer las lecturas si te lo piden, es decir participar de manera activa, y comencé a hacerlo, perteneciendo a un grupo juvenil parroquial y luego en un grupo de solteros católicos.

Por lo general tenemos a Sacerdotes que los preferimos por su carisma o por las enseñanzas en sus homilías, a ellos los seguimos siempre y asistimos a las iglesias (parroquias) donde ellos celebran las misas, sin embargo, durante la pandemia Jesús me dio una gran lección. 

Debido al confinamiento durante los meses de marzo a julio del 2020, solo teníamos la Santa Misa virtual. Las situaciones tan difíciles que vivimos en ese año, nos hicieron acercar más a Dios, es así que participaba de la Santa Misa y Adoración Eucarística todos los días de manera online. Un domingo, mi Mamá me dijo que quería escuchar la Misa de otra parroquia, y coincidía la hora en que nos conectábamos a la Eucaristía, esto me molestó porque ya no podía escuchar la Misa que quería, sin embargo no se lo comenté a ella, no prestaba atención a la celebración y dentro de mí protestaba. Durante la consagración Jesús me dijo: “No es el Sacerdote, soy yo”, estas palabras resonaron fuerte en mi interior y caí de rodillas, comencé a llorar, reconocí mi falta y le pedí perdón a Jesús.

Desde ese día comprendí que a quien debemos seguir es a Jesús, que se hace presente en la Santa Eucaristía, durante la consagración y comencé a Vivir la Santa Misa, a prepararme minutos antes, pidiendo la acción del Espíritu Santo para que me dé la gracia de reconocer la presencia real de nuestro Señor en la hostia consagrada, además, que me ayude a no distraerme y vivir la Santa Misa con el espíritu y fervor de todos los Santos, conocedora de mis debilidades y fallas.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña:

1374: En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).

1386: Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme".

Si pedimos a nuestro Señor que cada día nos ayude a sentir la necesidad de alimentarnos de Él para continuar en este camino hacia el cielo, nos lo concederá, porque Jesús mismo lo dijo: "En verdad, os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" Juán 6:53

sábado, 26 de noviembre de 2022

El Adviento. No. Mi Adviento…

Autora: Monse B. de Arellano

En este tiempo previo a la Navidad, pero ya lleno de planes de reuniones, fiestas, compras cuando se puede, luces y demás, de las cuales soy parte también. Quería un momento de silencio que no sabía cómo podía ser. Un retiro, un monasterio sonaba lejano; y como el Señor Jesús no se deja ganar en  generosidad y escucha cada pedido y deseo nuestro, por muy recóndito que sea, me concedió un tiempo corto, 4 horas bien puestas, con silencio y mejor que lo planeado, cuidó cada detalle hasta lo innecesario. 

Entonces me encuentro no con el Aviento sino con Mi Adviento, y veo de manera particular cuán necesitada estaba de prepararme para recibir al Señor, hacer silencio y escuchar lo que me dice, pide y debo entregar, lo que debo purificar para estar más cerca de Él, ser más de Él y pueda morar en mí.

¿Es fácil?, no. Lo intentaré, sólo con su gracia y a sus pies apartando mi tiempo para estar con el Amado, quien da plenitud a mi vida, quien ilumina mi obscuridad más que todas las guirnaldas y luces de este tiempo, porque“tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo” como dice el Salmo 4:7, y así lo he comprobado.

Confío que este tiempo de Adviento viva Mi Adviento, con la música suave de Su Palabra, con la certeza de Sus promesas y bendiciones que diariamente me da, con la luz que su presencia irradia, de otra forma no será posible. 


“Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre”

Lucas 21: 34 al 36  

Porqué nos casamos por la Iglesia…

Autores: Luigina de Cañarte y Simón Cañarte

Al celebrar nuestro aniversario de matrimonio, recordábamos lo jóvenes que éramos cuando tomamos la decisión de unir nuestras vidas. Ella 18 y yo 19 años. Fue una locura de dos jóvenes enamorados que no sabían la magnitud del paso que estaban dando. Sin embargo, nos casamos solo por lo civil, y dijimos que después nos casaríamos por la Iglesia; pero pasaban los años y los nacimientos de nuestras hijas y otras circunstancias aplazaban este paso que habíamos dejado de lado.

Cuando participamos de un Retiro de Matrimonios, organizado por el grupo de parejas “Unidos en Cristo”, nos dimos cuenta de que no podíamos seguir esperando y que necesitábamos incorporar a Jesús a nuestro matrimonio, nos teníamos que casar por la Iglesia.

En unas pocas semanas y con mucha alegría celebrábamos nuestro matrimonio eclesiástico junto a nuestra familia, amigos y hermanos en Cristo; pero el momento más emotivo fue el volver a participar de la Eucaristía. Nuestros ojos se llenaron de lágrimas y sentimos en ese momento un gozo y una alegría inmensa. Fueron 8 años que perdimos estar en gracia con Dios, observando a los demás comulgar y no poder participar del gran banquete.

Desde ese momento hemos visto y hemos sentido la presencia de Dios en nuestras vidas, en nuestro hogar y en nuestra familia. Nuestra alegría fue y sigue siendo inmensa al saber que Cristo vive en nuestros corazones y nos forma día a día, no solo a nosotros como pareja, sino también a nuestros hijos y así nos da la oportunidad de ser luz para los demás.

Hoy en día es muy común que las parejas tomen la decisión de vivir juntos sin casarse, ni siquiera por lo civil. Se ha perdido el deseo de incorporar a Cristo en el matrimonio, con el pretexto de que si no funciona una separación sería menos complicada.

Por experiencia propia les decimos, que si no incorporamos a Dios en nuestra familia, estamos perdiendo su Gracia, y lo estamos dejando fuera de nuestro hogar, en la puerta llamando, esperando que la abramos.

“Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne, de manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre”.

Mateo. 19, 5-6

lunes, 21 de noviembre de 2022

5 claves para llegar a 30 años de matrimonio y no morir en el intento…

Autores: Ivonne de Orlando, José Orlando

El matrimonio según el mundo tiene todo para fracasar. Hay incluso ciertas “reglas” comúnmente aceptadas, que realmente sin mitos, como la crisis del primer año o fin de la luna de miel, la crisis de los 3 años, la crisis de los 7 años, la crisis de los 10 años, la crisis del nido vacío, etc.

Estadísticas del INEC (Ecuador) muestran que cada vez nos casamos menos y nos divorciamos más. Un promedio (1997-2020) dice que la tasa de divorcios es de 11.34 por cada 10.000 habitantes, siendo en 2017 la más alta con 17.15 por cada 10.000 habitantes.

Pero no todo está perdido. Te vamos a dar (mi esposa y yo) 5 claves o recomendaciones que a nosotros nos funcionaron como matrimonio. En 2022 estamos cumpliendo 30 años de matrimonio.

¿Todo fue color de rosa todo el tiempo? Obviamente no.

Nosotros nos casamos en 1992, luego de un período corto de noviazgo, de 1.5 años, y de 1 día de amigos. En los 6 primeros meses ya la “magia del matrimonio” estaba desapareciendo. Nuestras diferencias nos estaban causando mucho dolor, resentimientos, angustias. La situación se complicaba a medida que pasaban los meses.

Antes de cumplir el 1er aniversario, por invitación de una pareja amiga, fuimos a un retiro para matrimonios. Escuchamos atentamente las charlas y recomendaciones, y comenzamos a ver cambios en nuestra relación. El Señor usó a los organizadores y servidores de ese retiro para llegar a nosotros. Lo mas importante de todo, es que dejamos entrar a Dios en nuestro hogar.

Pero cuáles son esas 5 claves se preguntarán.

  1. Dejar entrar a Dios en el matrimonio

Esto va mas allá de un simple enunciado, es hacerlo real, práctico. Es que cada uno tenga bien puesta su relación con Dios, practicar los sacramentos, orar por el otro, pedir a Dios por la relación, por los hijos.

  1. Conoce la ocupación de tu pareja, conversen mucho

Esto parece muy básico, muy superfluo, pero no lo es. Es saber que hace cada uno en su trabajo, conocer los nombres de algunas de las personas que trabajan con nosotros. Yo soy de Sistemas, mi esposa es malísima para la tecnología (es broma, si se defiende), a lo mucho usa Word, pero hace su esfuerzo en entenderme cuando le hablo del ERP, de los clientes, del módulo tal que no funciona, etc.

Ella me habla de los hemisferios del cerebro, yo no se nada de eso, pero ahí hago mi esfuerzo, leo algo en internet, algún video de youtube, y podemos hablar de temas de educación sin problema. Conozco muchos de los nombres de las personas que trabajan con ella, de su Jefa, de los Directivos. Tenemos cosas en común para conversar, y nos podemos ir de largo compartiendo ideas, proyectos, sueños.

  1. Marquen su propia agenda

Esto también parece sin importancia, pero muchos de los problemas iniciales de la pareja fueron por tratar de vivir la agenda que nos marcaban los demás. Nuestros padres, hermanos, nuestros sobrinos, amigos, etc. Siempre había alguna invitación a algún tema familiar, nunca teníamos tiempo para nosotros. No teníamos nuestra propia agenda, queríamos satisfacer las agendas de los otros. Hasta que pusimos pare a eso, priorizando reuniones, y aprovechando el tiempo para compartir como pareja.

  1. Pidan ayuda cuando sea necesario

Siempre hay parejas o personas que han recorrido el camino antes que nosotros. Cuando hubo situaciones que iban mas allá de lo que podíamos resolver nosotros, siempre hubo un Sacerdote o matrimonio cristiano del grupo donde participamos (al inicio Unidos en Cristo, luego la Comunidad Tierra Santa) que nos ayudaron con sus consejos y recomendaciones. Dios se vale de personas cercanas a nosotros para hablarnos.

  1. Ríanse juntos, bailen juntos

Es compartir pequeños momentos, momentos del día a día, en la cocina, poner una canción y ponerse a bailar, ver unos cortos de Charlie Chaplin y morirse de risa juntos, ver una película de navidad, salir a tomar un helado al local que tienen al paso. Es cuestión de imaginación, no de dinero.

Y se preguntarán, y los hijos. ¿Qué pasa con los hijos?

Los hijos han sido, son y serán siempre una hermosa bendición en cada matrimonio. Son un regalo de Dios para que los encaminemos como personas de bien, como personas de Dios.

Pero los hijos están con nosotros solo por un tiempo, 25 a 30 años y se van, es bíblico (Mateo 19:4-6). Normalmente nos quedan 20 a 30 años para vivir solos como pareja. Si no logramos construir una relación, cuando los hijos se van, tendremos muy pocas cosas en común, porque centramos nuestra vida en nuestros hijos descuidando la relación de pareja.


¿Estas claves serán suficiente para mejorar tu relación matrimonial?. Por supuesto que no, pero te podrían ayudar. Nos funcionó a nosotros, y no son las únicas. 

Te recomendamos que descubran juntos sus propias claves, conversen, tomense un café juntos, y verán que en el corto plazo tu relación cambiará, y de pronto estarán cumpliendo 20 o más de 30 años de matrimonio, y sentirán que su relación se fortalece año a año.


“De igual manera, ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal, tratando cada uno a su esposa con respeto, ya que como mujer es más delicada, y ambos son herederos del grato don de la vida. Así nada estorbará las oraciones de ustedes”.

1 Pedro 3, 7


sábado, 19 de noviembre de 2022

¿Crees que hay algo imposible para Dios?

Autora: María Monse Arellano

“Grita de júbilo, estéril que no das a luz, rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no ha tenido los dolores; que más son los hijos de la abandonada, que los hijos de la casada, dice Yahveh.

Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblarán.

No temas, que no te avergonzarás, ni te sonrojes, que no quedarás confundida, pues la vergüenza de tu mocedad olvidarás, y la afrenta de tu viudez no recordarás jamás.

Porque tu esposo es tu Hacedor, Yahveh Sebaot es su nombre; y el que te rescata, el Santo de Israel, Dios de toda la tierra se llama.

Porque como a mujer abandonada y de contristado espíritu, te llamó Yahveh; y la mujer de la juventud ¿es repudiada? - dice tu Dios.

Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido - dice Yahveh tu Redentor. Será para mí como en tiempos de Noé: como juré que no pasarían las aguas de Noé más sobre la tierra, así he jurado que no me irritaré mas contra ti ni te amenazaré.

Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá - dice Yahveh, que tiene compasión de ti.”

Isaías 54:1-10

Para mí, este pasaje trata de la fidelidad y de que las cosas imposibles son la especialidad de Dios. Eso es algo que siempre me ha gustado y que siempre me ha aterrorizado. Para saber y experimentar que Dios es fiel, tienen que haber momentos de "temor a la desgracia... desierta y angustiada... abandonada". Para ver que Él puede hacer cosas imposibles, tenemos que haber estado en situaciones imposibles sin salida, tener planes y sueños que parecen desesperados e irreales, haber perdido toda esperanza y fuerza.

A menudo, cuando he estado en momentos de sentirme abandonada y más tarde he podido ver que Dios era realmente fiel. Me pregunto, por qué lo ha hecho. ¿Por qué ha hecho cosas imposibles por mí y me ha sido fiel? ¿Qué es lo que le interesa a Él? Lo que realmente me gusta de este pasaje y lo que, para mí lo hace diferente de otros en los que Dios promete la restauración de su pueblo, es la forma en que responde a esta pregunta mía: Él hace lo imposible y es fiel sólo por amor, por querer una relación con Su pueblo, Conmigo.

No hay que olvidar las veces en que hizo lo imposible para "la gloria de su nombre", "para haceros los más grandes entre todos los pueblos", que también son inspiradoras. Pero lo encuentro especialmente poderoso aquí, donde me parece que no hay mayor propósito que el "amor infalible". Este amor indefectible es en lo que puedo confiar cuando no creo que Él vaya a hacer lo imposible y cuando su rostro parece estar oculto para mí.

Hoy estoy agradecida por las cosas que me parecían imposibles y "estériles" hace un año y que ahora son una realidad.

Consejo del día:

Piensa en una cosa que parecía imposible y ahora en retrospectiva puedes ver lo que Dios hizo de eso. Piensa en un plan, idea, deseo imposible o loco y díselo a Dios. Verás lo que sucede

jueves, 3 de noviembre de 2022

¿Le estás dando las sobras a Dios?

Autora: Diana Ortega

Hace unos años asistí a un retiro que cambió el rumbo de mi vida. En aquel momento no lo vi de esa manera; pero ahora, recordando todo lo que ha pasado desde entonces, me doy cuenta de que definitivamente fue un evento determinante de mi historia de vida. Dentro de aquel retiro hubo varias situaciones que me impactaron, pero la que más se grabó dentro de mí fue la frase de uno de los charlistas: “Dios no merece tus sobras”.

Esta sencilla frase de 5 palabras hizo que cuestionara cómo había estado viviendo hasta ese momento. Empecé por preguntarme ¿sobras de qué le estoy dando a Dios? Y en respuesta podría decir: de tiempo, recursos, dones, atención, etc. Sin embargo, si tuviera que resumirlo diría, sobras de amor.

Había pasado mucho tiempo buscando mi propósito, y estaba totalmente convencida que lo encontraría cumpliendo con los parámetros de éxito que impone el mundo: un buen trabajo, una gran casa, un carro de lujo, una relación idílica, reconocimiento, etc.

Por supuesto que no hay nada malo en los bienes que se pueden llegar a tener, ni que el esfuerzo puesto en el trabajo honrado sea reconocido. Y ciertamente Dios bendice la unión del hombre y la mujer, por eso instauró el sacramento del matrimonio, no obstante, cuando ponemos alguna de aquellas cosas o a las personas como el centro de nuestra vida, estamos perdidos.

Una cita bíblica dice: “Nadie puede servir a dos patrones: necesariamente odiará a uno y amará al otro, o bien cuidará al primero y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero.” Mateo 6:24. No hay nada peor que desviar la vista de Dios, y sin embargo, resulta tan fácil. De pronto porque a veces cuesta pensar en Él como una persona real, a quien podemos ver, escuchar, abrazar o porque vemos el amor de Dios desde una perspectiva muy limitada, proyectando en Él nuestras emociones y sentimientos humanos, otra opción es porque simplemente no queremos amarlo.

Amar verdaderamente a Dios lleva a la persona a cuestionarse, enfrentar errores, asumir responsabilidades, dejar de justificarse, entregarse, etc. y hacer todo ello, no es sencillo, en una vida que no se interponga a nuestro deseo al tener, al poder y al placer. Y como resultado se termina dando sobras a Dios, y ni siquiera podría decir que sobras de amor, porque no existe amor por Dios en el corazón que está embelesado por el mundo.

En una mezcla entre obligación y la errónea idea de que se le está haciendo un favor a Dios; se termina dedicando sobras de tiempo. Reflejados en escasos minutos de oración, asistiendo a la misa dominical por compromiso, tratando de ser una buena persona que no le hace mal a nadie. Pero, en cuyas acciones no hará participe a Dios porque “es libre de hacer con su vida lo que desee”. Además, no buscará mejorar, ya que nadie es perfecto y simplemente esa es su forma de ser.

No recuerdo cuantas veces me justifiqué con aquellos argumentos tan pobres, pensando que hacía mucho al dar a Dios aquellas miserias. Es como si no pudiera entender que todo lo que tengo, incluida la vida, nada me pertenece. Todo lo bueno y maravilloso viene de Dios, lo único mío es el pecado.

Y así me mantuve por tanto tiempo, diciendo palabras vacías como “Jesús, te amo”, cosas que había escuchado a otras personas decir durante la celebración de la misa, pero que no sentía porque para mí seguía siendo ese Dios lejano al que tenía que rezar por cumplimiento y a quien solo recurría en los momentos de angustia y luego ignoraba. No entendía que, no se puede amar a quien no se conoce, mucho menos entablar una relación y entregar sin miedo el corazón.

Estaba muy cómoda con la monótona repetición de palabras que me hacían sentir que desempeñaba mi deber como católica. Vivía convencida de mi falta de tiempo, lo cual era una gran mentira, pues cuando hay un lugar donde se quiere ir o una persona a la que se quiere ver, siempre se encuentra la forma. Decir que no tengo tiempo, era la excusa perfecta para cubrir mi desorganización, y principalmente, mi falta de interés.

Si eso puede aplicarse a las relaciones humanas, también se aplica a un Dios que es cercano a nosotros, vivo y tangible como las personas que forman parte de nuestra vida. Un Dios a quien despreciamos porque simplemente no nos damos la oportunidad de conocer y amar.

La siguiente pregunta que vino a mi mente fue ¿Qué puedo hacer para remediarlo? La respuesta era más compleja que la anterior porque representaba entrega, compromiso, cambio, constancia y por supuesto y ante todo, AMOR.

De la misma forma que lo hacemos y mostramos interés por una persona antes de iniciar una relación, pensé, debo darme tiempo con Dios. Para conocerlo, para entenderlo, para escucharlo. Si llego a amarle tan solo una ínfima parte de lo que Él me ama, voy a querer estar siempre con Él, y confiada podré entregarle la totalidad de mi corazón.

Y desde ese momento he buscado amarle y encontrarle en la oración, en su palabra, en el servicio. Aunque muchas veces sigo siendo la persona inconstante que se olvida de Él, y que ahora en cambio se afana como Marta en las actividades que debe hacer. En ocasiones me parece escuchar su voz diciéndome: “… Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y, sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria…”

Sin embargo, Dios que no se deja ganar en amor y en gracia me recuerda siempre, que a pesar de mi pequeñez, Él me ama y siempre me espera. Y que, aunque tenga un largo camino que recorrer, Él va conmigo. Al menos ahora, aunque a veces no pueda darle todas las primicias, soy consciente de las sobras de amor que le estaba dando y puedo hacer algo para cambiarlo.

Aunque no lo merezco, aunque falle, Dios siempre está allí para renovar mi esperanza. Que no importa lo que pase y que constantemente caiga y me levante. Si sigo de su mano voy a poder pasar la eternidad con Él.

Mi Primera Alianza

Autor: José Orlando "Mayo de 1995 fue un mes lleno de significado para mi vida y la de mi esposa. Fue el momento en que, ya siendo miem...